Your Sunday Sip #3

On the tip of my tongue and in the back of my throat, I taste passionfruit when I think of you.

I feel your skin slide on my palm, charred to a deep purple by the fire that trails you from ocean to air, wrinkling effortlessly by a press of my nails.

I cut and cut and cut, until I see your perfect strip of white teeth, where you encase the glowing bubbles of sunlight that pulse through me with every swirl of my tongue.

With passionfruit, I never know whether it will melt sweetly or bitterly in my mouth, but there’s never been a time where I’ve wanted to go without.

Cupped between my hands in the early cream light, your eyes radiate heat through my body, a whirlpool of crushed arabica beans and ochre honey.

The three lines that appear on the outer corners of your eyes when you smile take me to the place from which I was exiled, tropical green palm fronds that sway in the wind every once in a while.

Across the burning caramel sand, my fingers slither up the rocky path to grasp your hair, a hidden cliff whose violent wind I can barely withstand.

When I finally unclench and spread my arms out in a T, my hair around my guava cheeks flying toward you like branches on a tree, I lean back on my heels and plunge through the air, accepting my fate for refusing to flee.

My spine breaks through the foaming crest of a wave, the salt permanently speckled on your skin floods my airways and gaze, and again on the tip of my tongue and in the back of my throat melts that familiar taste.

From an unreachable height, you dangle above me, holding on tight, knowing that swirling me to sleep was the only way to relieve my plight.

En español

En la punta de la lengua y en el fondo de la garganta, siento parchita cuando pienso en tu alma.

En la palma de mi mano, siento tu piel resbalarse, quemada de un morado profundo por el fuego que te persigue desde el océano hasta el aire, arrugándose fácilmente por la presión de mis uñas.

La corto y la corto y la corto hasta que veo la tira de tus dientes blancos perfectos, donde guardas las burbujas de sol incandescentes que pulsan dentro de mí con cada vuelta de mi lengua.

Con la parchita, nunca sé si se va a derretir dulce o amargamente en mi boca, pero no me puedo imaginar estar sin ella. 

Entre mis manos en la luz cremosa de la mañana, tus ojos irradian calor por mi cuerpo, un remolino de miel color ocre y granos de café arábico.

Las tres rayas que aparecen en las esquinas exteriores de tus ojos con tu sonrisa me llevan al lugar del cual me tuve que escapar con prisa, hojas verdes de palmas tropicales que bailan de vez en cuando con la brisa.

En la arena ardiente color dulce de leche, mis dedos se deslizan por el camino rocoso para aferrarme a tu pelo, un acantilado cuyo viento violento nunca resisto.

Cuando finalmente aflojo mis brazos y los extiendo en forma de T, con mi pelo que enmarca mis cachetes guayaba y que vuela hacia ti como las ramas de un árbol, me inclino hacia atrás en los talones y por el aire caigo, aceptando mi destino por no haberme ido.

Mi columna rompe la cresta espumosa de la ola, la sal permanentemente moteada en tu piel inunda mi vía aérea y mi mirada, y de nuevo en la punta de la lengua y en el fondo de la garganta se derrite aquel sabor de tu alma.

Desde una altura inalcanzable, guindas encima mío en el aire, aguantándote fuerte, sabiendo que arremolinarme hasta el sueño era la única forma de aliviarme.